El joven caraqueño promedio y pelabola, generalmente no tiene otra opción para desplazarse dentro de este caos de ciudad más que el metro. Sí, aquella red de trenes subterráneos que alguna vez fue llamada "la gran solución para Caracas", y que más o menos cumple con lo que reza su slogan (porque hemos vivido lo que pasa cuando la línea 1 está en mantenimiento... oh sí, ¿cómo olvidar las caminatas desde Parque del Este hasta Chacaíto o más allá para poder cazar un autobús?). Nos guste o no, y yo soy del segundo grupo, dependemos del trencito para movernos de Palo Verde a Propatria y viceversa, con todo lo que hay en el medio y los inevitables trozos que hay que hacer a pie, y siempre que pasamos por el torniquete nos hacemos a la idea del desorden que nos espera una vez dentro de la estación. Sin embargo, hay días que ni la mejor meditación trascendental hamstérica zen puede con las fuerzas nefastas de mi jurado enemigo, Murphy y su terrible ley infernal.
De ser posible, sólo tomo el metro de mi casa a la universidad, porque es la ruta más rápida y directa, y de hecho sale más barato; el resto del tiempo, tenga a donde tenga que ir, prefiero irme en autobús, vainas mías, supongo, pero hoy, como todos los viernes, me tocó utilizarlo para llegar a tiempo a la cita con la Realeza de Sealand. El día prometía, un tren llegó justo cuando yo entraba al andén y pude agarrar el de Zona Rental a tiempo, ¡si hasta me cedieron un puesto! Eso debió darme una pista de que las cosas no estaban funcionando como debían... Finalmente el tren llegó a Zona Rental, y mientras intentaba cruzar la transferencia sin que algún liceísta fugado me empujara ni quedarme detrás del trasero de nadie para evitar que abrieran la puerta del pedo frente a mí, comenzó mi debraye psicológico, cortesía de la pana del frente. No sé quién era, for real no me interesa, pero la veintiúnica chapa que tenía en su bulto hizo que mi ceja y mi pollina redefinieran su frontera común. "Soy emo". Más o menos!? Es que hay algo de orgullo en admitir semejante cosa?? Si eres emo, por qué te vistes de colores chillones? Por qué andas agarradita de la mano con un tukki en plena etapa de pubertad? Que no se supone que los emos están hartos de la vida y pajapajapaja? O es que según esta generación con cerebro de fotocopia videojuegable, ser emo es vestirse de negro, maquillarse con delineador y usar la pollina de lado?... Murder me Harry, NOW.
De cualquier modo, logré bajar las escaleras de esa trasferencia antes de empujar a aquel ser consumidor de mi oxígeno, y luego, fui recibida por aquella hermosura de vista que es el andén de Plaza Venezuela. Por cierto, disculpen si tanto sarcasmo se está chorreando hasta sus monitores. Sigo sin entender para qué la gente del metro se esmeró en dibujar las líneas de la cola en el piso para que la gente fuera más organizada, si el ganado no comprende conceptos tan avanzados como "no es una fila, es un espiral". Me ubiqué en una de las que estaba más vacía, y puse mi cara de pitbull patentada #3, nadie iba a adelantárseme sin recibir una patada en los cojones (gracias a Sôkar por la frase ^^), y aún así, tuvieron que pasar 4 trenes hasta que por fin pude montarme en uno, ¡4! Y mientras mi mal humor subía, no pude evitar cuestionarme ciertos asuntos. ¿Por qué siempre hay un tukki que se monta a último segundo y no deja que se cierre la puerta del vagón? ¿Por qué la gente que se amuñuña en la puerta siempre está sonriendo? ¿Es que acaso hay algo divertido en olerle las axilas al gorilón que acaba de salir del trabajo o a la tipa que nunca ha aprendido a usar un buen desodorante? ¿Es que yo soy la única sensata en este andén?
Logré llegar a mi destino, y me di cuenta de que en verdad es una bendición para el mundo el que yo no controle el mal clima. Si no, el Diluvio sería un poroto en comparación 8D. Creí que con el pasar de las horas, la situación se normalizaría, como generalmente lo hace, pero oh, tonta de mí. Viernes 13, Alfred fue tan amable de cederme su día de mala suerte. El team Propatria abordamos el tren de regreso bastante rápido, en un vagón con aire acondicionado y no lleno hasta el orto. Cualquiera que se haya montado en metro últimamente sabrá que ésto es un error de la matrix. Primera rareza del asunto, apenas entramos, un DESCONOCIDO me saluda y se me queda viendo como si yo de hecho lo conociera y estuviera esperando que le devolviera el saludo; noblesse obligue, pero no permití que aquello trascendiera, simplemente sirvió para reírme un rato y achacarle algo más a cierto perrito. Incluso con aquel incidente, el viaje iba bien, aún después de las cabras, y estoy siendo metafórica, que se montan en el Sambil, hasta que en algún punto entre Sabana Grande y Plaza Venezuela, alguien vomitó justo a nuestro lado. No supimos quien, ni supimos en qué momento, sólo supimos que la gente comenzó a apartarse sin motivo aparente y que un hombre gruñó y se cambió de asiento. Cuando miramos al piso, había un charco de bilis y comida mal digerida a nuestros pies y algo de eso había salpicado los zapatos del pobre colombiano. Mis converse sanos y salvos, gracias por preguntar. ¿¡Pero bueno!? ¿Ahora también hay que calarse a la gente que vomita? ¿El metro no puede reservarse el derecho de admisión?... No, porque ahora es de todos D: D'Arvit.
En resumen, creo que hoy era de uno de esos días en que el destino quiere que te quedes en tu casa, o que al menos no te montes en metro. Tendré que estar más atenta a próximas señales.
Mejor la dejo hasta aquí, antes que el problema aumente sus 70cm de tamaño. Amarillo, Llamamoco y yo nos vamos a Murcia a buscar nuestras licencias de frikininjas.
La que quiere que el mundo explote *boom!*